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martes, 20 de marzo de 2007

Richar Rorty

Richard Rorty

Por Adolfo Vásquez Rocca
adolfovrocca@hotmail.com

Richard RORTY (Nueva York, 1931) es uno de los filósofos norteamericanos más importantes y una de las figuras más relevantes de la filosofía mundial. Continuador de la gran tradición pragmatista de James y Dewey, que enfatizaba el carácter democrático de la reflexión pública, ha dialogado con las grandes corrientes filosóficas contemporáneas, desde la filosofía analítica a la teoría crítica, y con sus grandes autores, desde Heidegger hasta Rawls, buscando que la filosofía, más allá de la ilusión de construir una sociedad racionalmente fundada, nos permita enfrentar la contingencia del mundo y, mediante la solidaridad, disminuir el sufrimiento. El pragmatismo de Richard Rorty ha contribuido, pues, al resurgimiento del debate sobre el papel público de la filosofía.
Formado en la tradición de la filosofía analítica angloamericana y profundamente familiarizado con el pensamiento centroeuropeo, Rorty integra ambas corrientes en sus exploraciones del territorio filosófico, al que entiende como espacio de ‘narraciones’ que proponen siempre nuevas descripciones del mundo a modo de mapas de orientación adecuados a la mentalidad de cada época.
Richard Rorty fue profesor de filosofía en la Universidad de Princeton hasta que en 1983 renunció a su cátedra de filosofía para ocupar el puesto de profesor de Humanidades en la universidad de Virginia. Dicho cambio profesional no es ajeno a sus tesis sobre el papel de la filosofía, que él combate en la medida en que pueda ser entendida como búsqueda privilegiada de fundamentos. En este sentido se sitúa, por una parte, en la línea que entronca con el pragmatismo americano, especialmente en la tradición de Dewey; por otra parte, en la línea de la filosofía postnietzscheana de Wittgenstein y Heidegger que retoman el impulso poético como camino de reflexión y, finalmente, entronca con la crítica de filósofos como Quine, Sellars y Davidson al esencialismo y al dogma del representacionismo.
Según Rorty, Dewey, Wittgenstein y Heidegger han situado la filosofía en una vía distinta y superadora de las clásicas y obsoletas formas anteriores, basadas en los dogmas que Quine, Sellars y Davidson han criticado. El núcleo de la filosofía que ha de ser superada es, según Rorty, una teoría del conocimiento entendida a partir de la noción de “espejo de la naturaleza” o de representación, que ha seguido afectando a las corrientes filosóficas contemporáneas, incluyendo al positivismo, la filosofía analítica y la fenomenología, que han intentado elaborar una filosofía entendida como “ciencia estricta”. Basándose, en parte, en la crítica de Quine a los dogmas del empirismo y, especialmente, en la crítica de Davidson al dualismo inherente a toda la filosofía moderna (tanto racionalista como empirista), entre datos sensoriales y elementos conceptuales (dualismo al que añadían un tercer término intermedio: las ideas de Descartes o de Locke, las impresiones e ideas de Hume, las intuiciones y los conceptos de Kant, o los datos sensoriales del positivismo lógico), Rorty ataca la necesidad de postular una separación entre conceptos y material no conceptualizado. Esta es la base del monismo davidsoniano, y la base de la crítica de Davidson y Rorty a la concepción clásica del conocimiento entendido como espejo o representación de la realidad. De esta manera, según Rorty, el monismo anormal de Davidson lleva a sus últimas consecuencias el naturalismo, el holismo y el antidualismo de Dewey (para quien la ciencia es una empresa social e históricamente determinada, que no puede pretender acceder a “la” verdad plena) y de Quine, y abandona la idea de un “lenguaje” entendido como medio estructurado de representación capaz de mantener unas determinadas relaciones con otra entidad diferenciada llamada “mundo”. De ahí se sigue que, según Rorty, ya no tenga sentido hablar de “los problemas de la filosofía”, pues los únicos problemas que pudieron merecer este nombre fueron los de la relación entre mente y realidad y entre pensamiento y representación, que a partir de la crítica de Davidson ha sido eliminado. Por otra parte, tampoco tiene sentido hablar de unos pretendidos “problemas del lenguaje”, en cuanto que no tiene sentido hablar del “lenguaje” en los términos en que ha sido concebido por la tradición del giro lingüístico y de la filosofía analítica.
El antiesencialismo y el antifundamentalismo de Rorty, que ataca la Filosofía entendida como búsqueda privilegiada de fundamentos, está en la base de su renuncia al puesto de profesor de filosofía y su paso a profesor de humanidades, ya que sitúa la filosofía junto con la crítica literaria, la poesía, el arte y otras formas de la actividad humanística, y abandona toda pretensión de un acceso privilegiado al Ser o a la Verdad. Por ello, Rorty efectúa una deconstrucción (en un sentido próximo al deconstructivismo de Derrida) de los presupuestos y de las bases que están en la base del conocimiento entendido como representación, deconstrucción que encuentra también una de sus fuentes en el rechazo heideggeriano a considerar la verdad del ser con la verdad de la ciencia. Su crítica se dirige especialmente contra la filosofía analítica y contra la filosofía del llamado giro lingüístico. De esta manera, Rorty aparece como posmoderno y como postanalítico, aunque critica la filosofía analítica utilizando los métodos de esta corriente. En su crítica, además de arremeter contra los prejuicios representacionistas, declara que la pretensión de búsqueda de fundamentos es fruto de una decisión ética disfrazada de epistemología y de ontología. Los fundamentos que instaura la filosofía analítica constituyen normas y criterios de verdad que, en última instancia, remiten a una previa decisión de fundarse en nociones ontológicas como las de Verdad, Historia, Naturaleza, Racionalidad o Método Científico, que puedan suministrar lo que Rorty llama irónicamente un “confort metafísico”. De esta manera, su programa de deconstrucción va dirigido contra el pretendido privilegio moral que la filosofía se otorga a sí misma y que se disfraza bajo ropajes epistemológicos, pero que siguen siendo intentos de establecer formas de validez general e instaurar definiciones normativas y códigos axiológicos. Por ello, también reclama un lugar a la hermenéutica entendida como sustituta del vacío que ha dejado la epistemología, pero señalando que “la hermenéutica es una expresión de la esperanza de que el espacio cultural dejado por el abandono de la epistemología no llegue a llenarse”.
Frente a los intentos de fundamentación, Rorty defiende la pura contingencia en el marco de la tradición del pragmatismo americano, de la poética heideggeriana y de la tradición lúdica de origen nietzscheano. En el ámbito de la ética no es preciso buscar ninguna fundamentación externa a la propias prácticas sociales contingentes de las sociedades democráticas y, sí es preciso, en cambio, huir de los argumentos de autoridad basados en una pretendida racionalidad epistemológica. Por ello sustituye la categoría de conocimiento, basada en última instancia en unos presupuestos morales disfrazados, por la categoría de conversación. De la misma manera que a partir del siglo XVIII y, especialmente, a partir del siglo XIX, el desarrollo de la ciencia fue difuminando la “necesidad” social de hallar un fundamento religioso y trascendente a la realidad, Rorty piensa que el siglo XX es el propio de una sociedad no filosófica cuya sociedad ya no necesita de los fundamentos y legitimaciones de la filosofía, de una sociedad que ya no puede aceptar la formulación de criterios de “verdad”, sino que debe orientarse hacia la consecución de la felicidad a partir de la indignación social contra las limitaciones de la libertad.
Las consecuencias de estas concepciones de Rorty han sido fuertemente atacadas, ya que, según sus críticos, Rorty sería meramente un defensor del statu quo social y defensor de una posición cínica: si no hay fundamento todo está permitido, se llega a un relativismo extremo y, si el único criterio es la práctica social de las sociedades liberal burguesas, se está defendiendo la supremacía de éstas en una especie de darwinismo social que prima la ley del más fuerte. De esta manera, según sus críticos (especialmente los vinculados con la tradición de la teoría crítica francfortiana), Rorty aparecería como el prototipo de intelectual burgués posmoderno que defiende los privilegios de su propio modelo social. Pero el pensamiento rortyano esta ajeno a una militancia o activismo, como fuera la de Sartre por ejemplo, más bien Rorty permanece en la esfera de la filosofía política, intentado en un plano estrictamente académico, a partir de fundamentaciones teóricas, en torno al individuo, la conmensurabilidad entre las esferas de lo público y lo privado. Para Richard Rorty, por el contrario, éstas son irreconciliables desde el punto de vista teórico y filosófico, lo cual permite aclarar los términos en los cuales sería posible una construcción social del espacio de lo público, desde una perspectiva pragmatista, para no caer en pretensiones y procedimientos filosóficos metafísicos. Para ello Rorty ve necesario, primero, explicar el hecho de que lo público tenga que ser precisamente construido y no descubierto, lo cual, aunque podría liberar de la tendencia metafísica a explicar lo político en el hombre, también abriría a la posibilidad de una inconmensurabilidad entre formas distintas de concebir lo público. En segundo lugar, se intenta dar respuesta a dicha problemática a partir de una esperanza social anclada en la solidaridad como ampliación del "nosotros".
Adolfo Vásquez Rocca

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